jueves, 14 de agosto de 2014

㉨ Memorias de una Suicida ⊂Parte 1⊃


Está historia no es mía es propiedad de mi amiga Daiana, en cual le agradezco de dejarme publicar esta historia en que se divide en 2 partes.
Hace tiempo que no publicaba algo así que disfruten.



Solía pensar que la vida sería como los cuentos, que siempre sería fuerte, el error no fue tener expectativas de niña, el error fue creer que no se acabarían. Si algo aprendí es que no estaba lista para vivir en la realidad, no estaba preparada para morir y aún así seguir viva. 
 Esa tarde salí temprano del liceo, era jueves, primeros días de Agosto, sol y un poco de frío. Me encontraba en la parada con Candela, Ayame y Sebastian, ellos bromeaban como siempre, intentaba contener las lágrimas. Sebastian indicó que venía el ómnibus. El viaje se tornó eterno. Cuando por fin llegué a mi casa tuve un fuerte discusión con mis padres, tan controladores se vuelven aveces. Me encerré en mi habitación, aunque hacía horas que estaba encerrada en mi mente y no encontraba la salida, tomé una almohada, apoyé mi cara y en silencio gritaba. Recordé lo que Lucía me decía "La vida sigue", pero aveces la vida no sigue, aveces solo pasan los días. Tomé mi celular, llorando le hablé a Ayame, pero todavía no había llegado a su casa, me senté en la alfombra. Me decían que enamorarse era hermoso e increíble, pero nadie me dijo lo idiota e invisible que me podía sentir si te enteras de que esa persona ya reemplazó ese lugar en el que algún día anhelabas estar. Me decían que confiaban en mi, pero no era así, me sentía sola y nadie lo sabía, no decía nada, a todos nos pasa.

       ___ 3:23 A.M. ___ 
 Todo estaba oscuro, frío y silencioso, tenía los ojos abiertos y miraba la oscuridad, ¿Se puede ver la oscuridad? ¿Así es como se ve la muerte? Caminé descalza hacia la cocina, preparé todo y me senté en una silla en penumbras. En mi mano derecha tenía una botella de Fernet que de vez en cuando tomaba mi padre y con mi mano izquierda llevaba las pastillas de Bupropión a mi boca, una detrás de otra. 
  Me quedaría sentada ahí el tiempo que fuera necesario, mi cara era iluminada por la pantalla de mi celular, leía las conversaciones antiguas y me inundaba de recuerdos que hacían que ese momento fuera mas triste y doloroso, todas las ridiculeces que hablaba con Lucía, los secretos compartidos con Ayame, las picardías hechas con Sebastian, las risas con Camila, los consejos de Selena en los peores momentos, las incoherencias hechas con Candela, entre otros momentos, tantos plantes, tantos sueños, tantas tonterías, las extrañaría muchísimo, de verdad no estaba lista para decir adiós, no podía despedirme así, quise hacer algo, pero fue inútil, mis pupilas se agrandaron y comencé a temblar, lo último que recuerdo es caer al suelo, estaba frío e insulso, al igual que mi cuerpo. Ya era tarde para volver atrás, me había ido. 

  No se exactamente cuanto tiempo pasó, solo sentí que de alguna extraña forma desperté, no podía abrir los ojos, pero me sentía viva, a mi al rededor había un hondo silencio, no sentía mi cuerpo apoyado en nada. 
  Escuché un teléfono sonar, era antiguo, lo veía en mi imaginación, dorado y luminoso... Espera, no está en mi mente, de verdad está frente a mi, extendí mi brazo, el cual sentía pesado, la habitación giraba, atendí con dificultad esperando que sucediera algo coherente, pero nadie respondió. Sangre comenzó a salir de mis encías, no podía cerrar los ojos, sentía como algo se movía en mi estómago, a la velocidad de un rayo una luz impactó contra mí.  

- Oh! míra, ha llegado la nueva - me dijo una chica con una voz aguda 
  Estaba parada frente a mi, llevaba el pelo atado en dos colitas, un vestido azul con pequeños lunares blancos, zapatitos de cristal, sus mejillas eran de un estridente rosa petunia, sus labios tenían un sutil color rojo y sus pestañas estaban impregnadas de brillantina. 
- ¿Quién eres? - pregunté
- Mi nombre es Ayame corazoncito! - respondió dando un pequeño salto 
La miré detenidamente, no lo podía creer, nunca creí que iba a ver a Ayame vestida así. 
- ¿Ayame? ¿Qué te ha pasado? - pregunté impactada 
- ¿De qué hablas? ... Oh no no no, has de estar muy confundida pequeña - me contestó 
Noté que estaba acostada en una cama, con el correr del tiempo iba recobrando la vista y todo era cada vez mas raro. 
A mi lado, sentado en un puff turquesa, había un chico, estaba muy concentrado bordando, de vez en cuando miraba de reojo una revista de modelos masculinos, era alto, de pelo café, llevaba un piyama color cielo con pequeños corazones multicolores y pantuflas con forma de unicornio. Lo miré extrañada, no podía creer que fuera Sebastian. 
- ¿Qué está pasando aquí? - pregunté de una vez 
- Otra más que no entiende - murmuró él con una voz poco masculina 
- Tú, querida, has muerto, tu cuerpo está muerto, pero tu alma se transportó aquí, donde todos fuimos suicidas - me explicó ella con una boba risa
- Y aquí... ¿todo es así? - interrogué 
- ¿Cómo "así"? - me devolvió la pregunta Ayame 
- Tan... tan raro - dije mirando a Sebastian 
- No somos raros, somos lo contrario a como nos conocías - me respondió Sebastian al notar que lo miraba 
 Luego de un rato los convencí de dejarme salir, si todo era tan lindo allí adentro quería ver lo hermoso que sería el mundo afuera... vaya decepción! 
Afuera, nada era como me lo estaba imaginando, los árboles de un negro abismal teñidos estaban, las calles de frías piedras, el cielo violeta. 
La noche se me hizo solitaria, estaba sofocada en una intensa melancolía que ni yo comprendía. 
 ¿Qué estarían haciendo mis amigos? ¿En qué hora estarían viviendo? ¿Se habrán enterado de mi muerte? 
 Imaginé mi cuerpo vacío y frívolo en el suelo y a nadie le importaba, claramente estaba cuitada. 
Al otro día me tendí sobre el amarillento pasto, las nubes no se movían, el sol no salía, yo no sentía nada mas que depresión 
- ¿Qué debo hacer para regresar? - mencioné mirando el cielo gris 
Sebastian y Ayame se miraron, ella me respondió con temor...

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